Primer final español de Lefranc
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Apocalipsis, la décima entrega de las aventuras de Lefranc, fue la que cerró la primera colección española dedicada al personaje. Iniciada en 1986 por Ediciones Junior, sus distintos títulos fueron llegando con regularidad a las librerías hasta que ésta, cuya relectura hoy me trae, puso fin a la iniciativa en 1989. Ese resurgimiento de la Línea Clara que conocieron los años 80, lo que posibilitó la reedición de sus clásicos, pareció entonces tocar a su fin.
Yo aún estaba muy verde en estos deliciosos álbumes. Ese amor a las aventuras de Tintín, que me exaltaba desde esas primeras ediciones españolas que inauguraron mi tesoro bibliográfico y mi mitología personal en los primeros años 60; los recién descubiertos Blake y Mortimer y poco más. Aún me encontraba con mis primeras lecturas de la serie del gran Guy Lefranc cuando, esa pequeña ilusión, también se me quebró. Recuerdo lo abrupto que me pareció su final.
A los pocos meses me llegó la publicidad de un banco que, como obsequio al suscribir no sé qué producto financiero, ofrecía la colección al completo. Calculé que la editorial se la había vendido saldada a la entidad. Incluso llegué a pensar que este otro gran periodista de la bande dessinée finalizó sus aventuras en este décimo número. Me parece que, hasta la fecha, van treinta y un títulos. Aunque cabe pensar que, el personaje, habida cuenta de todos los dibujantes y guionistas que ha tenido, ya no sea este Lefranc que hoy me ocupa. Supongo que su evolución habrá sido como la de Blueberry. Pero no lo sé.
En honor a la verdad, hay que reconocer que Juventud, ya entrados los años 90, comenzó a dar a la estampa las aventuras del señor Barelli y las de Cori el grumete, las dos grandes series de Bob de Moor que yo no tardé en atesorar. ¡Faltaría más! Pero para que Lefranc volviese a ser traducido a nuestra lengua habría que esperar hasta 2011, cuando NetCom2 retomó la colección junto al resto de las series de Jacques Martin.
Con una edición original de Casterman fechada en 1987 -solo dos años antes que su traducción española-, el asunto de Apocalipsis gira en torno a dos temas clásicos de la ciencia ficción: la pastoral poscatástrofe y el viaje en el tiempo.
En esta ocasión, una humanidad más avanzada, llegada del futuro a ese final de los años 80 en los que está ambientada la historia dándose a conocer como una misteriosa organización llamada Pro Mundia, reúne a un grupo de elegidos en un hotel de montaña. Entre ellos se encuentran Lefranc y Borg. Su antiguo antagonismo ya sólo es un recuerdo, una de esas llamadas al pie de la página donde se invita a leer un álbum anterior que, desde que di cuenta de las primeras en las aventuras de Tintín, tanto me han llamado la atención. La vieja rivalidad -la más singular de toda la bande dessinée, he de insistir- ha dado paso abiertamente a la amistad. Y esta nueva relación es tan sincera que Borg se inquieta cuando Lefranc se retrasa en las citas con sus extraños anfitriones, e incluso teme que su actividad delictiva les vuelva a enfrentar.
Tras ser sometidos a un entrenamiento, tan riguroso que Lefranc intenta en vano escapar, se introduce a los elegidos en unas cápsulas esféricas con trazas de nave espacial. Pero más que por el espacio -aunque también salen de la órbita terrestre- el viaje es por el tiempo. Ya acomodados en sus asientos, en ciertos monitores, dispuestos al efecto, se les propone un viaje por distintas escenas de la historia de la humanidad. Los dibujos ya son de Gilles Chaillet y su coloreado de Thierry Leberton. Pero no hay duda, estas estampas obedecen al interés por el cómic histórico de Jacques Martin, que sigue siendo el guionista. Dichas viñetas nos llevan al asesinato en el Nilo de Antinoo, el favorito del emperador romano Adriano. Si no fuera porque Gilles de Rais es uno de los protagonistas de Jhen, otra de las grandes series de Martin, resultarían chocantes las alusiones a las inclinaciones sexuales de Adriano. Máxime considerando que el autor volverá a incidir en tan execrable tema en una de las secuencias que lleva a otro de los invitados de Pro Mundia -G 179, según la denominación alfanumérica que la organización da a sus huéspedes-, a asistir en su monitor, en "un mísero barrio asiático de población escuálida", a la venta voluntaria de un adolescente, acompañado por su propia hermana, a un pederasta.
Antes de llegar a esta denuncia, hemos visto un campo de exterminio nazi, donde murió la abuela de Carine Clerc, una actriz que coquetea con Lefranc, otra invitada de Pro Mundia. Quizás, la más singular de todas estas analepsis sea la que lleva a Borg a presenciar el asesinato de Luis II, el rey loco de Baviera. Esto viene a abundar en el interés que el cine de Luchino Visconti -autor de Ludwig (1973), el primer acercamiento de la pantalla a dicho soberano- despertó en Jacques Martin. El historietista ya ha puesto de manifiesto su admiración por el cineasta en una de las primeras viñetas, aquella en la que Lefranc -G 177 en la extraña residencia- enciende la televisión y se congratula de que se esté emitiendo El gatopardo, la célebre adaptación de la novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa estrenada por Visconti en 1963.
Al cabo, el objeto de Pro Mundia es hacer ver a sus elegidos como será el mundo venidero. Aunque habrá las temidas guerras, el gran problema de la humanidad será la explosión demográfica.
Puesto a recordar esas viejas ediciones que inevitablemente me traen a la memoria las relecturas, he evocado un título de la colección Grandes Temas, publicada en España por Salvat en 1973. Nunca supe su autor porque se trataba de uno de esos textos de divulgación que, como mucho, sólo citan a sus redactores entre los créditos y el copyright. Recuerdo su título, aunque entonces no me dijo nada: La explosión demográfica.
Sin embargo, está claro que el problema del mundo no fue la amenaza nuclear, como creíamos durante tanto tiempo. La amenaza del futuro de nuestro planeta y nuestra especie es la superpoblación. En ese sentido apuntan estas viñetas de Lefranc. Llegó un tiempo en que los campos de la Tierra resultaron insuficientes para alimentar a la humanidad. Así que ésta decidió irse a vivir a unas cápsulas, más o menos parecidas a las que se nos han mostrado, derruir las ciudades y convertir toda la superficie terrestre en campos de cultivo para unos hombres -no hay mujeres son hermafroditas- que ya no viven en su planeta original.
Menos mal que el motivo de que Pro Mundia haya decidido reunir a sus elegidos ha sido concienciarles para que adviertan a la humanidad del futuro que aguarda a la especie si no se toman medidas al respecto.
Más que el fondo, que entra de lleno en una de las inquietudes de la ciencia ficción poscatástrofe atómica: la falta de recursos ante la superpoblación -quiero recordar ¡Hagan sitio! ¡Hagan sitio!, la célebre novela publicada por Harry Harrison en 1966 y Cuando el destino nos alcance, la aún más célebre película que inspiró a Richard Fleischer en el 73-, lo que vengo a alabar es la forma.
Una vez más me maravilla la contemporaneidad -respecto a la época en que están concebidas- de las aventuras de Lefranc. A diferencia de las de Blake y Mortimer, casi siempre ambientadas en los años 50 o 60 -y que en lo que a mí respecta son de obligada comparación, puesto que leí por primera vez casi simultáneamente las dos colecciones, en aquella eclosión de la Línea Clara de los años 80-, las aventuras de Lefranc van evolucionando según la época que reflejan.
Nacidas en 1954, con La amenaza -que, por cierto, arranca con un coche avanzando a gran velocidad, igual que ésta y algunas otras entregas de la serie- su ambientación de entonces era harto semejante a la de la obra maestra de Jacobs. Esta de Apocalipsis, me resulta más próxima a la de XIII, el personaje creado por Jean Van Hamme, Yves Sente y William Vance. Nunca llegué a contactar con él. Pero el universo que nos muestran sus viñetas, sí me resulta un fiel reflejo de la imagenería de los años 80, los de mi juventud y el boom de la Línea Clara en España.
Publicado el 11 de junio de 2021 a las 01:15.